lunes, 23 de octubre de 2017

La experiencia comunitaria de Salinas

Por: Claudia Rodriguez

A tan solo 45 minutos de Guaranda, se encuentra la pequeña Salinas, un parroquia de apenas 900 habitantes pero con una comunidad de casi 10.000 personas, mayoritariamente indígenas, esparcidas por todo un valle andino que se ha convertido en un modelo de economía solidaria para el mundo.


El nombre de Salinas viene de la que fue su única fuente de riqueza hasta los años 70. Ahora las salinas han pasado a ser un mero testimonio de la nueva historia de la comunidad, que solo produce los denominados “amarrados de sal” (dos bolas de sal protegidas por paja obtenida en la zona) en verano, cuando obtener este oro blanco no es tan costoso.

La llegada de voluntarios italianos y religiosos, entre los que destaca el padre Antonio Polo -a quien aún puede verse caminando lleno de vitalidad por las calles de Salinas- propició que se consiguiera el libre uso de las minas de sal, que eran propiedad exclusiva de grandes terratenientes. Sin embargo, pronto se dieron cuenta de que la manera de desarrollar una comunidad que vivía en la extrema pobreza pasaba por dejar de lado esta fuente productiva y buscar otras vías. Al poco, de la solidaridad andina surgió la idea del cooperativismo.
Del apoyo de aquellos jóvenes voluntarios nació la fundación de la primera quesería, que llevaba el nombre de El Salinerito, ahora una marca de reconocido prestigio por su calidad. En la actualidad, más allá del queso fresco tradicional, se pueden encontrar quesos de tipo gouda, gruyer e incluso parmesano gracias al trabajo de diferentes personas que han pasado por Salinas para compartir su sabiduría.

El modelo cooperativista procura el desarrollo de la comunidad, puesto que cada empleado recibe su salario y los productores reciben una cantidad por lo producido. Una vez que se produce la venta de los productos finales, lo generado se redistribuye entre los habitantes en la mejora de los servicios comunes y la mejora de las condiciones de vida de aquellos que viven en la pobreza.

La actividad productiva ahora mismo se encuentra integrada por empresas y microempresas articuladas en torno a una organización más grande, ARTESALINAS, que busca el avance de toda la comunidad.
Salinas trata de autoabastecerse con los insumos de su propia tierra y, poco a poco, a la par que surgen empresas como la hilandería, la fábrica de embutidos, la fábrica de textiles o la de balones, se busca la manera de no depender de productos externos.


La demanda de los productos salineros crece cada día y ya son exportados como un producto gourmet en tiendas de Italia, Japón y Estados Unidos, principalmente.

No solo eso, conscientes de la belleza que rodea la comunidad, los salineros están sabiendo aprovechar el empuje de un creciente turismo. Los visitantes llegan a Salinas con ganas de conocer una historia bonita de compañerismo, de degustar sus productos y contagiarse de la tranquilidad de las calles de este canto de Ecuador.
En la plaza, casi siempre llena de vida y presidida por la iglesia, se puede encontrar la oficina de turismo comunitario. Aquí, se puede contratar guías locales (jóvenes salineros que salieron a estudiar a otras ciudades ecuatorianas y que regresaron para contribuir a la promoción de su pueblo), que muestran con cariño las diferentes empresas y los atractivos naturales de Salinas.




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